Hijos de puta y codiciosos

“Quiero colocar una etiqueta de vergüenza sobre los hijos de puta codiciosos que son responsables de esta crisis”. La frase con la que se inicia esta columna brotó de una de las plumas más grandiosas de la literatura universal: John Steinbeck, premio Nobel y Pulitzer, autor, entre otras obras maestras, de Las uvas de la ira, adaptada al cine por Jonh Ford.

Esas páginas no solo alcanzarían la cumbre literaria, sino que resultarían sañudamente perseguidas. No debe extrañarnos. Entre sus renglones se denunciaba las atrocidades del poder financiero contra los humildes.

Pero, en realidad, la novela no es más que una crónica de La Gran Depresión al hilo del sistema social y económico que la provocó. Aunque Steinbeck se limitó a describir lo que era visible para cualquier retina sana, fue tildado de “comunista”, “antiamericano”, etc.

Aquellas invectivas pretendían eclipsar la evidencia pregonada por el literato: las penalidades de la mayoría de los ciudadanos no se debían al clima, la mala suerte o a que “están así porque quieren pues no son competitivos” como se cacarea hoy desde los aquelarres neoliberales.

Muy al contrario, las calamidades de tanta gente honrada y trabajadora provenían—y provienen—del abuso de poder de una élite acaudalada que no perseguía más que el enriquecimiento. Por cualquier medio. A costa de quien fuera.

Al igual que ahora, la situación angustiosa de los trabajadores durante la Gran Depresión no se inició con el desplome de Wall Street en 1929. Previamente, la Banca había alimentado una espiral de créditos irresponsables vendiendo la ilusión de que los precios agrícolas aumentarían eternamente.

Cuando aquella burbuja explosionó, los banqueros y terratenientes se apoderaron de las tierras y granjas de tantos infelices trabajadores. A día de hoy, Steinbeck denunciaría a los grandes bancos de Wall Street, las grandes transnacionales y los políticos que han permitido el saqueo de sus países.

Así, ahora contemplamos los beneficios de los banqueros vendiendo deuda a la clase media, así como productos financieros tóxicos sin otra finalidad que estafar viudas y rapiñar fondos de pensiones.

Si, durante años, Wall Street ha trabajado sin límites, sin regulaciones, sin controles en su voraz pillaje de los recursos de ciudadanos honrados. Los trabajadores, las clases medias, los profesionales tranquilos y honestos, han pagado la factura de los billones que han terminado en los cofres de criminales financieros en algún paraíso fiscal…

En 2011, los banqueros, los financieros, los grandes especuladores, merecen idéntico desprecio e ira que la proyectada por John Steinbeck sobre los bancos y terratenientes de California en los años treinta.

Y, de igual modo, estos delincuentes vestidos de Armani piensan que podrán siempre controlar a las masas… pues yo creo que deberían de andarse con cuidado. La ira popular puede llegar de manera repentina y brutal. El presidente de Egipto, Hosni Mubarak, tal vez podría hablarnos un poco de ello.

Ciertamente, el mantra neocon de una economía fundamentada en el interés propio y el “libre mercado” es un engañabobos sin otro objetivo que robar la cartera a la mayoría. A su vez, necesitan distraer a los ciudadanos con amenazas terroristas, cuestiones identitarias, loas a la patria… el truco consiste en “mantener a la chusma entretenida y dividida”.

Y esto es así debido a que el mayor temor de esa élite económica es que el pueblo se de cuenta del colosal engaño, y tome conciencia de su capacidad para cambiar el orden de cosas.

Depende, por tanto, de cada uno de seguir el ejemplo de John Steinbeck y , sin pensar en nosotros mismos, clamar en nombre de quienes no tienen voz. Nos jugamos el futuro. Ni más ni menos.

http://www.diarioprogresista.es/opinion/42-gustavo-vidal/1136-hijos-de-puta-y-codiciosos.html