La Educación para el Salvajismo de Sanchez Dragó

En un artículo publicado hoy en El Mundo, el trovador de la corte de Esperanza Aguirre, Fernando Sanchez Dragó, afirma que para enseñar a los niños a ser buenos ciudadanos ha de llevárseles a las corridas de toros, pues allí, en la figura de esos torturadores de lujo que son los toreros, verán reflejado el más alto valor del género humano (para él): la entrega al deber. En su oda al sádico tormento, Sanchez Dragó ensalza la decisión y el ímpetu con que los matarifes (a cambio de millonarias recompensas) acuchillan lenta y despiadadamente a sus inocentes víctimas, provocándoles una lenta y dolorosa agonía que concluirá, si el verdugo es habilidoso, con el ensartamiento del toro por una larga espada y, si éste no logra producirse tras sucesivos intentos, con el atravesamiento de su cuello. Según él, ese crimen es muestra de una estoica valentía y ejemplar entrega al deber, pues los carniceros vestidos de luces se entregan a su asesina labor sin importarles el peligro, sino tan sólo el objetivo supremo de cumplir su misión en la vida, la sagrada encomienda que da sentido a su existencia: torturar y asesinar a pobres animales.

Por lo que he leído y sé de este hombre, considero que no puede calificársele de tonto, y en consecuencia entiendo las sandeces de arriba como un ejercicio de cinismo que busca justificar lo injustificable de una forma tan obscena que no engaña a nadie. En primer lugar, dice que el torero actúa en todo momento movido por un irrefrenable y absoluto deseo de cumplir con su deber, de realizar el objetivo de su vida ¿En serio? Hagamos una cosa. Paguémosles lo mismo que a un matarife normal, y veamos si siguen entregándose de igual modo a su salvaje misión. La cosa cambia ¿verdad? Bueno, pues ya tenemos el importante dato de que esos individuos torturan y matan por dinero, como cualquier mercenario. Por otro lado, y sin necesidad de recurrir al argumento del dinero, era difícil pensar que existiese ningún ser humano no ya tan desalmado, sino tan estúpido, como para considerar el fin supremo de su vida la tortura de un pobre ser vivo (incluso ese pequeño y cruel porcentaje de la infancia que disfruta arrancando las patas a insectos no considera sus "experimentos" más que un mero pasatiempo).

Pero es que incluso si lo hiciesen por un tragicómico sentido del deber (cosa imposible, pero imaginémoslo) ¿Justificaría eso su conducta? En absoluto. El que haya alguien lo bastante fanático y desalmado como para considerar el objetivo de su vida la causación de sufrimiento, no significa que ésta sea buena. De lo contrario, habría que condecorar a los suicidas afganos que se inmolan en medio de un mercado o a los soldados nazis que dieron su vida por el Reich. El derecho natural y sagrado de todo ser vivo a existir (a no ser, en el caso de los animales, que su muerte sea imprescindible para nuestra vida saludable, igual que se matan entre ellos para obtener alimento pero nunca por un vicioso placer que algunos hombres han desarrollado colocándose por debajo de las bestias) y la repugnancia que todo ser no corrompido siente hacia el sufrimiento gratuito, hacen del toreo un espectáculo salvaje, criminal y abyecto.

Y esto también desbarata la falacia de justificar al torero por su "valentía" y su lucha en igualdad con el toro. Primero, tal igualdad es falsa. Contemos cuántos toreros y cuántos toros han muerto en la historia de las corridas. La inferioridad de condiciones del pobre animal es total y vuelve aún más aberrante el espectáculo de su tortura. Segundo, el deseo de riesgo como instrumento para saciar la ambición de dinero se da igualmente en los cazarrecompensas y mercenarios, y nadie los considera un ejemplo a seguir. Quien es capaz de someter a otra criatura a un infierno de dolor robándole lo más sagrado que tiene, su vida y su integridad, para beneficiarse, es peor que cualquier alimaña. Quien sustituye la fuerza de la razón por la razón de la fuerza destruyendo lo que no es suyo, sobre todo cuando lo que destruye posee tal grandeza y hermosura, no merece nada salvo desprecio y castigo. Sin respeto por la vida y los derechos de los seres que han recibido ese don, no hay valentía. Sólo atropello y crimen.