Tribuna del Jurista
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La Rosa

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Mensaje por elmoreno Lun Nov 09, 2009 3:01 pm

En lo alto de la montaña se encuentra la mujer más hermosa y deseada del mundo. El hombre que la ama se dirige hasta ella. Trepa por escarpadas colinas, las rocas desmenuzan la carne de sus brazos, pero aunque el camino hasta allí ha sido arduo y penoso, un último esfuerzo no le cansa.
Una vez en la cima, el caballero se arrodilla y ruega a la diosa por su amor. Ella le escucha, fría y distante, le observa y le juzga. La diosa le explica que el precio de su amor es la primera rosa nacida, y que sólo a su portador podrá amar. El caballero explica su camino, relata sus esfuerzos por llegar hasta ella, pero nada de eso importa, la diosa negará un simple beso hasta que sea encontrada la primera rosa nacida. “Ningún hombre ha de recibir mi amor”, dice, “si no guarda la rosa junto a su pecho”. “¿Pero dónde se encuentra tal rosa?”, pregunta el ingenuo caballero. La diosa le explica que no puede entregar su amor libremente diciendo dónde se encuentra la flor, que prefiere reservarlo para aquél capaz de encontrarla.
Impaciente por unirse a la mujer, el hombre, agotado, regresa sobre sus pies, y busca en ciudades y en pueblos, preguntando por el paradero de la primera rosa. Unos dijeron que al pie de una torre, otros en el interior de un volcán, otros que sigue oculta bajo el mar. En Tule descubre que la primera rosa fue dorada, y en Ninn le dijeron que tal rosa es negra, pero nadie pudo asegurarlo.
El caballero, desconsolado, viajó por los cálidos desiertos del mundo, por los más bellos prados, siempre buscando la primera rosa. Se dirigió a las estepas heladas del norte, y en la escondida cabaña de una bruja por fin supo dónde se encontraba.
El hombre cabalgó hacia Oriente, luchó con dragones y arpías, y tras una cascada de cristal, al final de un prado hecho de niebla, en el centro de un pueblo construido con el alma del tiempo, la encontró, blanca y pura, eternamente limpia, brillando junto a una roca. Guardándola junto a su corazón, regresó en busca de la mujer que amaba.
El caballero tiene el rostro envejecido, y sus fuerzas ya le fallan. Con el que cree será su último aliento, ofrece su prenda a la diosa y requiere sus besos, rogando porque su vida juntos sea más larga de lo que piensa. “Pero ésta no es la primera rosa nacida”, dice, “sino la primera rosa. Sólo tendrá mi amor aquél que me traiga exactamente lo que pido.”
La mujer reconforta al viajero, le ofrece agua y le da conversación, como si no tuviese importancia para ella. Decepcionado, y decaído al ser tratado por ella como uno más, emprende de nuevo su búsqueda y se dirige en busca de la bruja que le ayudó.
La bruja no es capaz de ayudar al caballero, mas éste, furioso, la mata. Arrasa ciudades y pueblos, aniquilando a todo aquél que no es capaz de decirle el paradero de la primera rosa nacida. Su armadura se tiñe de rojo con la sangre de los inocentes, y blande en su negro escudo la primera rosa que encontró.
Durante años siembra el terror a su paso, y movido por el sueño de conseguir a la mujer que ama nadie es capaz de detenerle. Recorre hasta el último rincón del mundo, sin encontrar lo que busca, y al verse al fin perdido, sin otro lugar adonde ir, reconoce su propia vejez y fatiga, y descubre que está a punto de morir.
Sin apenas poder mantenerse erguido sobre su caballo, el hombre regresa junto a su amada, decidido a rogar una vez más por su amor, a pesar de no haber encontrado la primera rosa nacida. Se arrastra por la montaña, gastando sus últimas fuerzas, y finalmente exhausto y moribundo, consigue llegar hasta ella una última vez.
El caballero es incapaz de hablar sino en susurros, la diosa debe acercarse a él para escuchar lo que dice. En un último esfuerzo, el hombre anuncia su pronta muerte, y ruega por su amor en los últimos minutos de vida que le quedan. La mujer se niega de nuevo. El caballero, al menos, pide saber el paradero de la primera rosa nacida, el lugar que no visitó, y dónde se escondió aquello que buscó durante toda su vida. Al ver que su muerte está cerca, la diosa se apiada y le responde: “La tenía yo”, dice, “pues yo era la única capaz de entregarte mi amor, y tú eras el único capaz de recibirlo. Ahora que mueres, la rosa será quemada, y mi cuerpo entregado al primero que lo desee.”
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